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domingo, 20 de julio de 2014

Fue a las rebajas, tenia poco dinero y le dieron esta ropa...


Monjas inflexibles, pueblo en ruina

Godella tiene un puñado de calles que precisan una nueva capa de asfalto. Pero tendrán que esperar. “No podemos hacer ni una obra, porque si consignáramos dinero, la congregación nos diría: ‘No, perdona, nosotros estamos antes. Págame lo que me debes”, explica Eva Sanchis, alcaldesa del municipio. Los socavones sin solución a la vista son solo el primer paso de lo que parece venírsele encima a este pueblo de 14.000 habitantes cercano a Valencia cuya gestión había sido considerada hasta hace poco modélica. Con un presupuesto anual de 9 millones de euros, el Ayuntamiento ha sido condenado a pagar 16 millones a las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús por un pleito, iniciado con la declaración de una zona verde, en el que todo lo que podía salir mal para los intereses municipales salió mal. En el Ayuntamiento prefieren, de momento, ni pensarlo. Pero la sombra de una intervención judicial y de una batería de medidas draconianas sobrevuela esta población, que conserva allí donde la huerta se une con la Real Acequia de Moncada la atmósfera que describió Vicente Blasco Ibáñez a finales del siglo XIX.
La sentencia ya ha frenado todas las inversiones del municipio. Puede obligar al Ayuntamiento a despedir a los profesores del conservatorio, docentes de la escuela de adultos, trabajadores sociales, psicólogos y guardas rurales. A suprimir el resto de servicios municipales no esenciales. Y a subir tributos y gravámenes como el impuesto sobre bienes inmuebles. “Pero eso lo tendrá que decidir la magistrada. Nosotros no lo vamos a hacer”, afirma Sanchis, miembro de Compromís y alcaldesa desde hace unas semanas gracias a un pacto de legislatura con socialistas y Esquerra Unida (EU).
Las monjas, como se conoce en el pueblo a las religiosas, están muy arraigadas en Godella. Gestionan un colegio, el único instituto del municipio y una residencia para hermanas ancianas. La propia alcaldesa fue alumna de quien hoy es su contraparte en el litigio: la provincial del Sagrado Corazón María Dolores Górriz, con quien este periódico ha intentado hablar sin éxito. El conflicto por la expropiación de unos terrenos en los que iba a levantarse el llamado parque de la Devesa dividió al pueblo cuando se inició, hace 24 años. Y ha vuelto a hacerlo tras la sentencia.
A un lado se sitúan los vecinos que consideran el fallo “legal pero injusto” porque las monjas nunca han dejado de poseer el terreno, que mantienen cerrado al público hasta hoy, y por la dimensión de la indemnización. Al otro, quienes creen que “el responsable de la situación fue el Ayuntamiento” y que las monjas “solo se defendieron”. Ni en un bando ni en otro agrada la idea de abonar 16 millones de euros. Pero las visiones sobre lo sucedido son irreconciliables.
Sí hubo consenso en el Ayuntamiento en 1990, cuando se aprobó el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) que coloreó como zona verde pública el área adyacente al colegio del Sagrado Corazón, propiedad de las monjas desde 1898. Los concejales elegidos bajo las siglas de Alianza Popular votaron a favor justo después de abandonar su partido, opuesto al documento.
Eva Sanchis, alcaldesa de Godella, a la entrada del colegio que el Sagrado de Corazón tiene en el municipio. / MÒNICA TORRES
El origen de esa zona verde era, sin embargo, anterior. El Plan Comarcal de 1946 ya la recogía, aunque aquella declaración no tuvo efectos prácticos. Tampoco tuvo inicialmente consecuencias la aprobación del Plan General de 1990. La congregación presentó 7.000 alegaciones y recurrió el mismo ante los tribunales. El Consistorio se dedicó en los años siguientes a financiar otras dotaciones que también figuraban en el PGOU. Un polideportivo, un edificio para servicios sociales y un centro cultural entre ellos. La justicia tardó una década en validar la postura del Ayuntamiento, rechazando los reparos de la congregación.
Para entonces, año 2000, la valoración de los terrenos había cambiado. El Gobierno de José María Aznar dispuso que para calcular su precio no se tomaría como referencia el precio catastral, sino el de mercado, sustancialmente más alto. La congregación cambió entonces de criterio y pidió que el terreno le fuera expropiado. Una opción que se permite a los propietarios afectados por la aprobación de un PGOU.
Si el Ayuntamiento había valorado la zona en 180.000 euros en 1990, las religiosas reclamaban ahora 33,7 millones de euros. El Jurado Provincial de Expropiación fijó en 2006 la indemnización en 11 millones. Hubo recursos del Ayuntamiento, para rebajar el importe, y de la congregación, para elevarlo. El Tribunal Supremo zanjó la polémica en 2012 confirmando el precio del jurado de expropiación. Sumados los intereses, Godella debía pagar 16 millones de euros.
El Ayuntamiento se habría ahorrado mucho dinero si hubiera efectuado la expropiación cuando era asequible. “Siempre digo que todos debemos entonar el mea culpa porque hemos tenido una falta de previsión”, admite la alcaldesa. “No adivinamos por dónde nos iba a venir la bofetada”.
Godella, un municipio que escapó de la fiebre constructora con Gobiernos locales de todas las orientaciones políticas, contuvo el gasto y no ha tenido que acogerse a planes de proveedores, fue también víctima de la fatalidad. El valor del terreno del Sagrado Corazón se determinó en pleno crecimiento de la burbuja inmobiliaria. Por expropiaciones similares tasadas en 2012 el Consistorio debe abonar 76 euros por metro cuadrado, lejos de los 425 euros que tiene que pagar al Sagrado Corazón.
El Ayuntamiento comunicó al Tribunal Superior de Justicia valenciano que carecía de medios para hacer frente de una vez a la sentencia y planteó alternativas. La primera, la devolución oficial de un terreno que en la práctica nunca ha sido público y la congregación mantiene vallado. La segunda oferta consistía en pagar un mínimo de 200.000 euros al año a las religiosas hasta saldar la deuda, lo que alargaría la compensación cerca de ocho décadas. El Consistorio ofreció también múltiples combinaciones de pago en terreno y metálico.
Las monjas guardan silencio sobre el fondo del asunto sin perder por ello la cordialidad. “La congregación a la que represento tiene el mismo deseo que usted en que el pueblo de Godella no se vea perjudicado. Tenemos una trayectoria consolidada desde hace muchos años de apertura y buena convivencia con el pueblo”, respondió en mayo la provincial María Dolores Górriz a la invitación al diálogo de la alcaldía. La congregación prefirió, sin embargo, dejar la “negociación” para después de que el Tribunal Superior de Valencia haya establecido el plan de pagos mediante el que se ejecutará la sentencia. El abogado de las religiosas se muestra conciliador, pero añade que, además del presupuesto, Godella “tiene capacidad crediticia”.
El Ayuntamiento recuerda que el PGOU de 1990 también convalidó dos construcciones “ilegales” en la zona arbolada, de extensión similar a la expropiada, que la congregación erigió en los años setenta. Fue, aseguran, un gesto de buena vecindad. Un espíritu que esperan ver ahora en las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús.

El trágico triángulo amoroso de Santa Cristina de la Polvorosa

A las afueras de Santa Cristina de la Polvorosa, en Zamora, está a medio preparar la pista donde se celebrarán las carreras de galgos de las fiestas del pueblo, que empiezan el 23 de julio. Enfrente, en la pared trasera de una nave de ladrillo, se esconde un escenario muy diferente: los restos del fuego en el que Juan Carlos B. intentó en la madrugada del martes deshacerse del cuerpo sin vida de un pastor búlgaro que había trabajado para él. Lo había matado, según propia confesión, meses antes.
Santa Cristina es un pueblo de unos mil habitantes en el que la mayor parte de los vecinos son ganaderos. Juan Carlos, que a sus 40 años siempre ha vivido en el municipio, es uno de ellos. Hace dos años, él y sus dos hermanos mayores heredaron el aprisco de su padre: una nave donde guardan más de mil ovejas.
Para cuidar del ganado, la familia contrató hace más de 13 meses a Bechir Asenov, un búlgaro de unos 20 años. En agosto, tras el nacimiento de nuevos corderos, los hermanos decidieron contratar también a Sonia, la pareja del padre de Bechir. Para que toda la familia pudiera vivir allí, Juan Carlos y sus hermanos les cedieron una casa que tienen junto al aprisco y que los propios búlgaros reformaron en octubre. Venían de Lordemanos, una pedanía de Cimanes de la Vega, en León. Allí trabajaban también cuidando ganado, pero un problema con el dueño de la finca los llevó hasta Santa Cristina.
Los búlgaros trabajaron codo con codo con Juan Carlos, un hombre amigable, según los vecinos, al que no le gustaba mucho estar en los bares y que se ha pasado toda su vida trabajando. Vivía en el centro del pueblo con su mujer, Noemí, y con sus dos hijos, de tres y ocho años. Tras la llegada de los búlgaros a la parcela, comenzó a llegar cada vez más tarde a casa. “Como el ganado da mucho trabajo, era normal que llegara a las cinco o las seis de la mañana cuando había crías”, recuerda Noemí. Pero los retrasos de Juan Carlos se alargaron en el tiempo. Cansada de esperar, Noemí se presentó un día en el aprisco y vio que los borregos que mantenían trabajando a Juan Carlos hasta altas horas de la madrugada no existían. Al preguntarle, su marido le confirmó sus miedos: se había enamorado de Sonia, la empleada búlgara.
J. C. B., en prisión preventiva por el crimen de Santa Cristina / EL PAÍS
Noemí se marchó a casa de sus padres, en la cercana Santa María de la Vega, con sus dos hijos. Y el hogar en el que hasta entonces vivía el matrimonio pasó a ser la vivienda de Juan Carlos y Sonia, que dejó a su vez a su pareja, el padre de Bechir. A partir de ese momento, a principios de este año, la pareja no ocultó su romance. Los vecinos les veían pasear por Santa Cristina y el vecino Benavente.
Bechir, al conocer la relación de su jefe con la pareja de su padre, decidió dejar el trabajo e irse del pueblo. Acabó cuidando ganado en Burganés de la Vega, otro municipio zamorano. Su padre siguió yendo de vez en cuando a Santa Cristina, según confirman los vecinos, aunque nadie sabe muy bien para qué. Pero se le veía muy poco. Por eso, la desaparición de la expareja de Sonia en febrero pasó inadvertida para todos salvo para Bechir. Cuando este preguntó a Sonia dónde estaba su padre, la mujer le contestó que se había vuelto a Bulgaria. A las pocas semanas, tras contactar con su familia en este país y no conseguir localizarlo, el hijo denunció la desaparición.
Cuatro meses después, en la madrugada del pasado martes, la Guardia Civil encontró en la finca El Colorao el cuerpo inerte del padre de Bechir. El alcalde del pueblo, Pablo Rubio Pernía, explica que el fallecimiento se produjo en febrero o marzo, según cálculos policiales. Juan Carlos mató al extranjero de un golpe en la cabeza en el prisco de la finca. Después, desplazó el cuerpo hasta un pozo cercano y lo ocultó allí. “Parece que cuando Juan Carlos supo que la policía estaba investigando la desaparición del búlgaro, lo sacó del acuífero e intentó deshacerse del cuerpo”, explica el regidor.
El pozo está a unos 500 metros de donde la policía encontró el cuerpo carbonizado. Al parecer, Juan Carlos le prendió fuego y después se marchó. Otra fuente municipal relata que, mientras la policía esperaba en la madrugada del martes frente a la casa de Juan Carlos para detenerle, él estaba tomando algo en una cafetería cercana.
Entre el olor a cecina y abono que inunda algunas de las calles del pueblo, sus habitantes comentan la noticia. “Esta mañana han dicho en la radio que lo mató en defensa propia. Que el búlgaro llevaba un cuchillo en la mano para atacar a la mujer”, dice un vecino. “Y si fue en defensa propia, ¿por qué no llamó a la policía?”, responde otro.
El alcalde asegura que no notó nada raro en el comportamiento de Juan Carlos desde el incidente hasta su detención. Todo lo contrario: “Estaba pletórico”. El regidor dice que le veía más contento y que, el fin de semana anterior al descubrimiento del cuerpo, la pareja había estado en la piscina con los hijos de él. “Nadie se lo imaginaba”, asegura.
El procedimiento judicial está bajo secreto de sumario. Sonia fue detenida el miércoles, acusada de encubrir el delito, y Juan Carlos ingresó el jueves en el centro penitenciario de Topas, en Salamanca. La investigación continúa abierta. El jueves por la tarde, la policía judicial, con ayuda de los bomberos y de la empresa Aquona —encargada de la gestión del agua—, estaban buscando nuevas pistas en el pozo donde el fallecido pasó alrededor de cinco meses escondido.
Los cucos —los lugareños de Santa Cristina— no asimilan todavía lo sucedido. En la carnicería, una vecina comenta: “En el pueblo pensábamos que la novia le dejaría sin blanca, pero no nos imaginábamos esto”. La justicia tendrá ahora que determinar lo que ocurrió en ese aprisco entre el ganadero y su pastor.

Buscando su sangre paterna, encontró dos hermanos en EEUU

Ana María se siente feliz; la vida le regaló una alegría en los últimos días que de alguna manera mitiga un dolor que arrastró desde niña.
En diálogo con LA REPÚBLICA cuenta una historia de vida que aún tiene capítulos sin cerrar. Ana María, desde niña, sintió la necesidad de saber al menos más de su padre. Sin embargo, su madre Virginia pocos datos le aportaba. Solo los necesarios como para que fuera entendiendo que su padre había decidido marcharse sin demasiados motivos, cuando ella tenía apenas tres meses. El misterio encerraba una historia que su propia madre se preocupaba de hacer más cerrada, hermética en sus recuerdos, apenas para saber que su padre se llamaba Atilio Meneses. De niña sufrió mucho, tuvo “altibajos”, que atribuye exclusivamente a esa falta de una figura paterna, aunque cuenta que se lo imaginaba con miles de rostros. Ni una sola foto, ni una solo rasgo, apenas el que la madre le había descrito, “tu padre era  morocho alto y de pelo enrulado”. Escaso aporte para ahondar  la búsqueda.
Luego en la adolescencia –y aun después que se había casado y fue madre–, Ana María seguía con la necesidad de saber acerca de su padre, por lo que con una amiga y desde hace mas de treinta años, concretamente, comenzó una búsqueda más exhaustiva, primero con la guía telefónica, recorriendo los Meneses con s y con z en tiempos sin Internet. Sin obtener datos relevantes, la página de su vida seguía en blanco… “y seguía en blanco y a la vez me alejaba de mi madre, por no darme más datos, por no ayudarme a buscarlo”, cuenta Ana María, quien sostiene que su progenitora se encerró tanto en sí misma que no volvió a casarse ni conoció a nadie más.
Búsqueda intensa por todos lados
La búsqueda siguió luego en los registros del BPS, en Necrópolis, por la alternativa de que su padre fuera fallecido, “pero nada aparecía, ni un indicio, lo que me mortificaba aún más”. Cansada de buscar en el aire y sin obtener una sola pista en años de búsqueda, encontró en Internet una página, Adoptados en Uruguay, donde otras personas estaban en su misma situación. Colocó allí los pocos datos que tenía y lo dejó sin mayores expectativas. Sin embargo el primer indicio llegó hace pocos días, cuando una página de buscadores internacional, Servicio internacional Busca Personas, al ver la placa de Uruguay se interesó en el tema y se contactó con Ana María. “Yo no creía que si en mi país no había encontrado nada, cómo iban a encontrar algo afuera, aunque la llamita de mi esperanza no se apagaba”.
“Lo que yo no sabía es que esta persona, Fernando, de Catalunya, que fue el que se encargó de mi búsqueda, encontró en Estados Unidos lo que yo busqué tanto tiempo en Uruguay. Igualmente él, sin decirme nada, rastreó a dos personas y las contactó conmigo a través de Facebook y poco a poco fueron dándome indicios que eran mis hermanos, hijos de mi padre con otro matrimonio”. “Al comienzo me llamaron la atención las coincidencias de apellido y algunas situaciones, hasta que fui desconfiando. Le pregunté a este buscador si se trataba de mis hermanos y ahí me terminó de confirmar todos los datos. Mi padre había fallecido en Estados Unidos, pero a la vez encontré otra familia”.
El encuentro con hermanos
Ana María le lleva tres meses de edad a su hermana, lo que coincide con el momento en que su padre la abandonó. Resultó que su padre se vio en el compromiso de asumir la paternidad de dos hijos en menos de tres meses, por lo cual optó por desaparecer e irse a otro país con una familia. En Uruguay quedaban abandonadas una mujer y una hija, “pero no le guardo rencor a mi padre, hasta lo entiendo porque se asustó de la responsabilidad”, dice Ana María, quien agrega que hoy confiesa sentirse “muy feliz, hace apenas unos días que habló con mi hermana Mónica, con quien nos pasamos horas contándonos cosas de nuestras vidas vía Internet, ahora ya sí como hermanas, no como dos desconocidas. Ella vive en Nueva Jersey, tiene hijos y la verdad que de buenas a primeras me encuentro con la verdad que tanto busqué, pero aunque mi padre ya no está vivo, ahora tengo dos hermanos, Mónica y Daniel, y sus familias”.
Ana María cuenta una y otra vez las historias compartidas con su “flamante” hermana en estas horas vía Internet, confiesa haber derramado algunas lágrimas sobre algunos temas, “porque la verdad es una historia que me cayó de golpe por más que alguna vez se me cruzó por la cabeza lógicamente que quizás mi padre pudo haber hecho su vida con otra mujer y capaz tener hijos”.
La madre de Ana María no sabe nada de esta nueva historia, “no puedo decirle nada por ahora porque está muy mal de salud, y si le digo seguro la mortifico. Esto no sé cómo le caerá. De todos modos, quizás de a poco pueda ir diciéndole algo pero por ahora no me animo, sinceramente”.
Nuestra entrevistada confiesa que este tema “mortificó mi alma durante años, me hizo andar en psicólogos, en psiquiatras, pero si bien no pude darle un abrazo a mi padre como hubiera deseado, la vida me recompensó con encontrar otra familia y me siento súper feliz por cierto”.